La publicación de hoy no es agradable, pero he sentido la necesidad de hacerla. Podría llamarse terapía de choque o bofetada de realidad... Habrá gente a quien no le guste o no quiera leerla, totalmente comprensible, pero igual que siempre comparto nuestra visión de las alergias creo que como en todo hay que saber lo bueno y lo malo. Las alergias no son una tontería.
A veces miro a mi hijo y no puedo evitar sentir una mezcla de orgullo y tristeza. 13 años conviviendo con una alergia a la proteína de la leche de vaca (APLV) no han sido fáciles, ni para él ni para nosotros como familia. Desde el día en que recibimos el diagnóstico, nuestra vida cambió. Las comidas se convirtieron en un campo minado, cada salida era una planificación minuciosa, y cada reacción alérgica era una montaña rusa de miedo y ansiedad. Mi hijo ha pasado por tanto: innumerables visitas al médico, pruebas y más pruebas, aprendiendo desde pequeño a leer etiquetas, evitando chuches en las fiestas, y sintiendo esa inevitable sensación de ser diferente. Ha tenido que ser fuerte, mucho más fuerte de lo que cualquier niño debería ser. Y nosotros, como padres, hemos sufrido con él en cada paso del camino. Pero lo que me parte el alma es que, ahora que finalmente hemos superado la desensibilización a la leche de vaca, él no siente que haya ganado. ¿Por qué? Porque simplemente no le gust